martes, 11 de septiembre de 2007

IV° Encuentro (4/9)

1. En el grupo que fue a otra aula a trabajar éramos 9 (7 de filo, 1 de antropo, 1 de comunicación). Comenzamos aclarando las dudas en torno a ciertas cuestiones básicas del pensamiento hegeliano que aparecían en el texto y trababan la lectura. Después iniciamos la lectura «de atrás para adelante», siguiendo la sugerencia del colectivo impulsor que circuló vía mail. Lo que haré será transcribir las discusiones que mantuvimos, pero sin respetar del todo el orden en que se desarrollaron, sin restringirme a las páginas que leímos y sin abstenerme de agregar otras cosas.

2. De las dudas que surgieron al comienzo relevo dos: a) qué es la «superación» o Aufhebung; b) cómo se da el proceso de «la autoconciencia duplicada». Desarrollaré sólo el primer punto porque es más importante su comprensión para la cursada (es un ítem del programa) que la del proceso de duplicación de la autoconciencia. Aprovecho para enfatizar que nuestra apuesta teórico-práctica gira en torno a la posibilidad de que ciertos textos nos ayuden a pensar ciertos problemas y no en torno a la posibilidad de comprender cabalmente a ciertos autores.

a) Qué es la «superación» o Aufhebung. Para entender qué es la superación o Aufhebung usamos como ejemplo la dupla «profesor» y «alumno» para, después, definir el concepto de superación. Profesor y alumno se oponen entre sí: uno sabe, el otro ignora; uno habla, el otro escucha; uno enseña, el otro aprende; uno está parado (erguido), el otro sentado (sumiso); uno es activo, el otro pasivo; etc. Pero esta oposición entre profesor y alumno surge por haber separado a ambos del Todo, es decir, por haber aislado a la dupla profesor/alumno de la realidad concreta (que es el Todo). No se entiende la relación entre profesor y alumno si no arribamos al conocimiento del «aula» como tercer momento: el aula es la figura (Gestalt) que nos da una comprensión más acabada y armónica de lo que antes considerábamos mera oposición entre profesor y alumno. En otras palabras, la verdad del profesor y la verdad del alumno es el aula, no la oposición. Esa oposición debe necesariamente ser eliminada elevando nuestro conocimiento de lo que sucede entre profesor y alumno: esa elevación que elimina la oposición arribando a una figura del pensamiento que contiene las diferencias entre profesor y alumno, pero ahora inscriptas en una visión más abarcadora de la realidad, es la superación o Aufhebung (que en alemán significa algo así como «eliminar» y «elevar»). La conciencia del aula como figura o momento superador nos hace saber más del profesor y del alumno, lo que para el idealismo significa también que el ser del profesor y el ser del alumno son más ricos, más concretos, más determinados: para el idealismo, ser y pensar se identifican, de manera que cuanta más conciencia tenemos de algo en su relación con el Todo, más realidad tienen este Todo, ese algo y aquella conciencia. El aula es entonces la superación, la Aufhebung, del dualismo profesor/alumno. Por supuesto que este análisis debería, necesariamente, continuar: el aula sigue siendo algo separado de la totalidad, algo aislado del todo real. Tomar el aula así, por sí sola, para comprenderla, es como querer comprender una palabra sin tener en cuenta el idioma en el que se inscribe esa palabra. Por lo que el aula como momento de lo real (o, lo que es idéntico: nuestro conocimiento del aula, nuestra conciencia o pensamiento) es abstracto, incompleto, pobre. El aula, que era la verdad de la relación profesor/alumno, ahora resulta que no es verdadera, porque, aislada de su entorno universitario, no puede dar cuenta de su realidad y se aniquila a sí misma. He aquí la contradicción del aula que debe ser superada por la figura (o momento) de la «universidad». La universidad elimina y eleva la contradicción del aula, conteniendo sus momentos anteriores: el profesor, el alumno y el aula, son ahora más ricos, más concretos, más determinados, más reales, más verdaderos. Dicho de otro modo, el alumno ahora sabe (piensa, tiene conciencia de, comprende) que su realidad es más rica de lo que creía en un primer momento; ahora la figura del alumno incluye los momentos constitutivos que antes no podía pensar: el profesor, el aula, la universidad. El alumno está constituido por las relaciones que manifiestan esas otras figuras: el alumno es esa estructura orgánica de relaciones alumno-profesor-aula-universidad. El incremento de la conciencia (en el plano del pensamiento) que el alumno tiene de sus determinaciones (en el plano del ser), incrementa la riqueza de su realidad: cuanto más (se) sabe, más es.

3. Si bien pasamos un buen rato leyendo y comentando los párrafos que van desde [1. La autoconciencia duplicada], pasamos la mayor parte del tiempo trabajando [3. Señor y siervo]. Aquí nos entusiasmamos mucho. Paso a puntear lo que recuerdo, colocando entre paréntesis el número de página de donde extraigo la cita (de la edición Fondo de Cultura, que es la que dejamos en las fotocopiadoras).

a) Hay tres términos o entidades a tener en cuenta en todo el juego de la dialéctica entre señorío y servidumbre: el señor, el siervo y la cosa (la materialidad). La figura del señor se dice de muchas maneras: «conciencia para sí», «autoconciencia» o «conciencia independiente». La figura del siervo también tiene sinónimos: «conciencia servil», lo «no esencial» o «inesencial», «conciencia dependiente». Finalmente, la cosa es llamada también «el ser independiente».

b) En [2. La lucha de las autoconciencias contrapuestas] se narra el proceso en el que dos autoconciencias arriesgan su vida en la lucha a muerte. ¿Por qué luchan? Por el reconocimiento. Esto es importante, porque si bien hay una cosa que el siervo trabaja para que el señor consuma, las autoconciencias no luchan por la cosa, sino por el reconocimiento, es decir, por lograr que una autoconciencia reconozca a la otra, imponiéndosele. Por eso luchan y, hasta el momento de la lucha, las dos autoconciencias están igualadas, no hay una que someta a la otra, no hay señor y siervo todavía. Señor y siervo son resultados de la lucha, porque, en la lucha, una de las dos autoconciencias tiene temor de perder la vida y quiere conservarla; mientras que la otra autoconciencia no teme morir, ni siquiera piensa en la muerte, sólo piensa en saciar su deseo de reconocimiento. En la primera autoconciencia, la que teme morir, el deseo de vida es más fuerte que el deseo de reconocimiento. Para la segunda autoconciencia, la que podríamos llamar «valiente», el deseo de reconocimiento es más poderoso que el deseo de vivir. Así la autoconciencia que teme morir se somete a la otra autoconciencia (la que no tuvo miedo). El temor entonces es constitutivo de la conciencia servil o, dicho de otra manera, la figura de la dependencia surge del temor a perder la vida. A partir de ahora el señor es para sí (conciencia independiente), mientras que el siervo es para otro (conciencia dependiente).

c) La cosa es el objeto del deseo (apetencia) del señor, algo a consumir, a destruir, a negar. Por eso la cosa «sólo vale para él como algo negativo» (118, cuarto renglón), como algo aniquilar. Mientras que para el siervo la cosa pertenece al señor, la cosa es un «ser independiente» del siervo. Pero el señor no consume directamente la cosa, sino que la consume trabajada por el siervo. El siervo está obligado a trabajar la cosa (ese «ser independiente») y entregársela al señor. La cosa es la cadena del siervo (117, último renglón), el siervo está sometido a la cosa, entregado a la cosa, «librado» al trabajo de la cosa: «por ella [por la cosa] se demuestra [el siervo] como independiente, como algo que tiene su independencia en la coseidad» (118, primer renglón). Es decir, el siervo no es independiente, pero sí es independiente la cosa con la que el siervo se relaciona. Claro que la cosa no es «conciencia independiente», sino mero ser independiente sin conciencia, mera cosa natural. Por eso la independencia del siervo es coseidad. En otras palabras, el siervo no tiene independencia propia, sino que su independencia es la de la cosa.

Así, el señor se relaciona con el siervo por medio de la cosa, es decir, la relación del señor y el siervo está mediada por la cosa. Pero esta relación es asimétrica: el señor es potencia (tiene poder) sobre la cosa (el ser independiente) y la cosa es potencia colocada sobre el siervo. De ahí sale el «silogismo» del que habla Hegel (118, sexto renglón): el señor domina la cosa; la cosa domina al siervo; por lo tanto, el señor domina al siervo. «Y, asimismo, el señor se relaciona con la cosa de un modo mediato, por medio del siervo» (188, séptimo renglón), o sea, que entre el señor y la cosa está el siervo (que trabaja), así como vimos que entre el señor y el siervo está la cosa (que es trabajada).

Tenemos, entonces, esos dos momentos: señor-cosa(trabajada)-siervo y señor-siervo(trabajador)-cosa. «En estos dos momentos deviene para el señor su ser reconocido por medio de otra conciencia» (118, segundo párrafo), o sea, en los dos momentos el señor obtiene el reconocimiento de la otra conciencia, la que devino servil como resultado de la lucha. Y la cita continúa: «pues ésta [la conciencia servil] se pone en ellos como algo no esencial, de una parte en la transformación de la cosa y, de otra parte, en la dependencia con respecto a una determinada existencia». Parafraseemos: la conciencia servil se ubica a sí misma como no esencial, esto es, como impotente: de una parte, el siervo no puede consumir la cosa, no puede destruirla, no puede negarla absolutamente, sólo la transforma para que la consuma (destruya, niegue absolutamente) el señor. Y, de otra parte, el siervo depende del señor, en el sentido de que la vida del siervo está en manos del señor, que se la perdonó en la lucha a muerte.

d) Retomemos el primer párrafo de la p. 118:

el señor es la potencia sobre este ser [la cosa], pues ha demostrado en la lucha que sólo vale para él como algo negativo [...] el siervo, como autoconciencia en general, se relaciona también de un modo negativo con la cosa y la supera; pero, al mismo tiempo, la cosa es para él algo independiente, por lo cual no puede consumar su destrucción por medio de su negación, sino que se limita a transformarla.

El siervo «se relaciona de un modo negativo con la cosa» quiere decir que el siervo niega la cosa tal cual es originariamente, tal cual está en estado bruto, natural. Cuando el siervo trabaja la cosa, la transforma, la arranca de su estado natural, esto es, niega el ser bruto de la cosa. Y «la supera» pues la cosa, gracias al trabajo del siervo, va más allá de lo que era en su ser natural, bruto, originario. Pero, al mismo tiempo, la cosa es para el siervo algo independiente en tanto esa cosa le pertenece al señor. De manera que el siervo no puede «consumar la destrucción» de la cosa, no la puede consumir, no la puede negar de la misma manera que la niega el señor. Por lo tanto, el siervo se limita a transformarla, a trabajarla, a darle forma, a «formatearla». Prosigue la cita:

Por el contrario, a través de esta mediación [el siervo puesto en medio del señor y la cosa] la relación inmediata se convierte, para el señor, en la pura negación de la misma o en el goce, lo que la apetencia no lograra lo logra él: acabar con aquello y encontrar satisfacción en el goce.

El señor obtiene la cosa ya trabajada (negada, mediada) por el siervo, por eso puede relacionarse de manera inmediata con la cosa en el puro consumo, en la pura negación, en el puro goce. El señor sólo goza la cosa, la recibe, digamos, pasivamente: la actividad está del lado del siervo, que crea el objeto de consumo del señor. El señor es pasivo y el siervo es activo; el señor recibe y el siervo da; el señor es para sí (conciencia independiente) y el siervo es para otro (conciencia dependiente). Lo que la apetencia (el deseo) no lograra antes (gozar inmediatamente la cosa), ahora lo logra gracias a la mediación de la conciencia servil. ¿Y por qué la apetencia no lograba la pura negación de la cosa?

La apetencia no podía lograr esto a causa de la independencia de la cosa; en cambio, el señor, que ha intercalado al siervo entre la cosa y él, no hace con ello más que unirse a la dependencia de la cosa y gozarla puramente; pero abandona el lado de la independencia de la cosa al siervo, que la transforma.

Al ser la cosa un ser independiente (materia bruta, natural, originaria) que requiere trabajo para su consumo, el señor no tenía acceso a ella. Pero ahora que intercaló al siervo entre la cosa y él, el señor puede unirse a la dependencia de la cosa, es decir, el señor puede ahora depender de la cosa, someterse a ella, relacionarse con la cosa por puro goce. «Pero abandona el lado de la independencia de la cosa al siervo, que la transforma»: el señor se relaciona con el lado de la dependencia de la cosa (el lado del consumo), pero al precio de dejarle al siervo el lado de la independencia de la cosa (el lado del trabajo). Esto le costará el pellejo al señor, cuando el siervo descubra en el trabajo que también es autoconciencia. Pero no nos adelantemos.

e) En la página 119 comienza el párrafo intitulado [b) El temor]. Aquí se toma la perspectiva de la conciencia servil para explicar cómo nace, es decir, para explicar el momento de la lucha a muerte en el que una de las dos autoconciencias «va para atrás», digamos, y se somete a la otra. Ocurre que la conciencia siente angustia, que no es un temor por alguna cosa puntual, sino un temor a perder la vida, un temor a la muerte. Esta angustia «la ha hecho temblar en sí misma y ha hecho estremecerse cuanto había en ella de fijo»: la conciencia que siente angustia ante la muerte se abisma en su propia disolución, en la «fluidificación absoluta de toda subsistencia», es decir, se niega absolutamente como autoconciencia y pone la esencia del lado de la otra autoconciencia: el siervo deviene inesencial (impotente), mientras el señor deviene esencial (poderoso). Recordemos que más arriba hablamos de dos momentos: 1) señor-cosa(trabajada)-siervo y 2) señor-siervo(trabajador)-cosa. En 1) el señor se relaciona con el siervo mediante la cosa y en 2) el señor se relaciona con la cosa mediante el siervo. Ahora podríamos completar: 3) siervo-cosa(a trabajar)-señor y 4) siervo-(miedo al)señor-cosa. En 3) el siervo se relaciona con el señor mediante la cosa que debe transformar (negar parcialmente) y en 4) el siervo se relaciona con la cosa mediante el miedo a morir que siente ante el señor.

f) Digamos, rápidamente, que el temor le permite al siervo la distancia necesaria entre él y la cosa como para poder trabajarla. Esa distancia es lo que llamamos «independencia»: el siervo le tiene miedo al señor, la cosa es del señor, así que el siervo «se limita a transformarla» para el señor. El miedo, entonces, le impide al siervo consumir (destruir) la cosa, satisfacer su apetencia en ella: «El trabajo [...] es apetencia reprimida, desaparición contenida» (120, primer párrafo). Gracias al miedo, el siervo reprime su apetencia, contiene su goce, y esta continencia le permite fijar algo en la cosa: el trabajo niega la forma bruta de la cosa y supera esa forma bruta llevándola más allá de esa forma bruta: el trabajo trans-forma la cosa. Dicho de otro modo, la actividad laboral del siervo (el siervo, como dijimos, es el lado «activo» de todo este juego dialéctico) pone en la cosa una forma fija, introduce en la realidad el elemento de la permanencia. Sólo reteniendo su goce podía el siervo crear algo permanente, poner en el ser de la cosa una firmeza, una estabilidad: el producto del trabajo.

La relación negativa con el objeto se convierte en forma de éste y en algo permanente, precisamente porque ante el trabajador el objeto tiene independencia. Este término medio negativo [el trabajo] o la acción formativa es, al mismo tiempo, la singularidad o el puro ser para sí de la conciencia, que ahora se manifiesta en el trabajo fuera de sí y pasa al elemento de la permanencia; la conciencia que trabaja llega, pues, de este modo a la intuición del ser independiente como de sí misma. (120, primer párrafo)

La singularidad es ese momento positivo del trabajo, lo que sale del siervo y es puesto en la cosa. ¿Y qué es lo que sale del siervo? La «fluidificación absoluta de toda subsistencia»: su miedo a la muerte. La retención de la apetencia le permite al siervo sacar fuera de sí su puro ser para sí (ver p. 119, séptimo renglón contando de abajo hacia arriba) y convertirlo en producto del trabajo. Pero hasta aquí tenemos el lado positivo del trabajo:

Ahora bien, la formación [el trabajo] no tiene solamente esta significación positiva de que, gracias a ella [a la actividad laboral], la conciencia servidora se convierte, como puro ser para sí, en lo que es, sino que tiene también una significación negativa con respecto a su primer momento, al temor. (120, segundo párrafo)

De manera que el trabajo tiene un momento positivo que va del temor interior a la creación de algo permanente; y un momento negativo que va de esa creación hacia el temor. El temor, que no es otra cosa que el temor al señor:

este algo objetivamente negativo es precisamente la esencia extraña ante la que temblaba. Pero, ahora destruye este algo negativo extraño, se pone en cuanto tal en el elemento de lo permanente y se convierte de este modo en algo para sí mismo, en algo que es para sí. (ídem)

El siervo (conciencia dependiente), que era para otro (para el señor), pasa ahora a ser para sí mismo. Pero no hay manera de llegar a esta instancia sin haber pasado por el temor, la servidumbre y el trabajo.

Sinteticemos: en un primer momento, tenemos la lucha a muerte de las autoconciencias contrapuestas. Como resultado de esta lucha, en un segundo momento, el señor niega al siervo (no lo reconoce). En un tercer momento, el siervo se reconoce en el trabajo y niega al señor. Hemos arribado a otro momento de lucha (a muerte) que obtendrá su superación en el texto que nos toca para el encuentro siguiente.

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